En la unidad de las máquinas de Conocimiento del Medio trabajamos un
texto para las tertulias diferente a los abordados hasta ahora. La opinión
general de los tertulianos al principio era que había sido menos interesante
que otros. Sin embargo, uno de los participantes sugirió que lo que ocurría era
que los otros aportaban información, mientras éste contaba una historia. Todos
estuvieron de acuerdo en esta observación. El texto era breve comparado con
otros y no parecía decir mucho. No obstante, el resultado nos sorprendió a
todos los allí presentes. Fue una tertulia dialógica extensa e interesante en
la que debatimos sobre si las normas ortográficas eran necesarias o no, sobre
si podríamos prescindir de la letra v
y de las grafías ge y gi. Conocimos en qué consistía el
trabajo de la Real Academia de la Lengua Española, la famosa RAE, y valoramos
su existencia, especialmente cuando comparábamos la evolución de la lengua
castellana a nivel oral y escrito, con la evolución de la lengua inglesa también
a esos dos niveles, y que había ocasionado que no existiera correspondencia
entre el lenguaje oral y su plasmación en el papel. Finalmente, ampliamos
nuestro vocabulario comprobando el significado de algunas palabras interesantes
y útiles como ruborizarse, júbilo, asemejarse, laxitud, fricciones, afrenta,
infame, afán, nefasto, variopinta, inexorable, dormitar, apoltronado o
metáfora.
Os incluimos la lectura aquí por si os resulta de interés.
TEXTO: “Muerte por ortografía”
“Trabaja sin descanso, todos
los días de tu vida, mientras tengas fuerzas”. Con una consigna así no es de
extrañar que Seferino Sansegundo llegara más lejos de lo que cualquiera hubiese
imaginado. No conocía la melancolía, ni se permitía perder un minuto en
evocaciones y nostalgias. Solo los hechos podían conmoverlo. Eso sí, pasada la
efusión momentánea recomponía el gesto, se acomodaba las gafas, se ajustaba el
nudo de la corbata y continuaba en sus cosas como si nada hubiera pasado. Así
fue el día de su graduación, el de su boda y el del nacimiento de su hija.
Seferino se ruborizaba ligeramente de orgullo, sentía subir desde el estómago
las ganas de gritar de júbilo o percibía claramente el nudo en la garganta que
antecede las lágrimas. A veces le costaba contenerse, pero siempre había
conseguido refrenar sus emociones. Luego, de forma invariable, verificaba que
la corbata y las gafas estuvieran en el sitio adecuado, tal y como lo exigían
las buenas maneras y el decoro, y volvía a sus papeles. El día que tuvo más
dificultad para aguantarse las ganas de llorar fue cuando recibió la
notificación en la que le comunicaban que había sido nombrado miembro de la
Real Academia Española de la Lengua. Durante la ceremonia guardó el tipo,
esbozó una sonrisa un poco forzada y pronunció claramente, sin vacilar una sola
vez, los agradecimientos de rigor. De todas formas el galardón era apenas
justo, después de tanto tiempo defendiendo las reglas ortográficas y
gramaticales, bien fuera en las aulas, en los ensayos que escribía con
regularidad para algunas publicaciones especializadas o en los libros que había
publicado. Por esa época Seferino era feliz, aunque el sentimiento se asemejaba
a una laxitud cómoda y sin fricciones con la realidad.
Algún tiempo después soplaron
vientos de cambio, y a pesar de sus reparos y del encono con que defendió sus
puntos de vista, el año 1999 llegó con las nuevas reglas de ortografía de la
Academia. Sansegundo lo sintió como una afrenta. Ya era suficiente con tener
que discutir sobre grafías, tildes, comas y demás con todo el mundo, como para
tener que volver a las aulas y reconocer que después de todo lo que le había
costado lograr que sus alumnos entendieran la diferencia entre solo con y sin tilde, después de
enseñarles pacientemente a poner los acentos y las ideas en su sitio, ya no
importaba. La norma había cambiado o simplemente no existía, así que todos
habían estado perdiendo el tiempo.
El golpe de gracia no llegó de sopetón, se
fue colando poco a poco, como un cáncer infame, a través de los SMS que le enviaba
su hija, en los que reemplazaba, sin miramientos, los por con una x, o
hacía caritas ridículas usando los signos de puntuación. Digamos, pues, que el
golpe final fue el Twitter: en el afán por comprender el mundo de esa mujercita
en miniatura que correteaba por casa encaramada en unos tacones altísimos,
hablaba horas por teléfono, se comía las comas y los signos de interrogación, y
le daba igual la b que la v, decidió hacerle caso y entrar en
una red social. No se puede decir que todo le pareció nefasto en aquel espacio
virtual porque había algunas cosas interesantes, además de la multitud
variopinta de seguidores que tenía nada más abrir su perfil. Pero cada vez que
recibía un mensaje de, por ejemplo, “@soilaleche”, con más faltas ortográficas
que otra cosa, algo se moría en su interior. Aunque sus colegas y sus alumnos
lo admiraban por la capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías que estaba
mostrando, el sabor amargo que sentía bajo la lengua con cada twit era evidente. Y así, mensaje a
mensaje, su cuerpo fue menguando y la luz de sus ojos iba extinguiéndose lenta
e inexorablemente. Seferino Sansegundo falleció a los 67 años durante una
sesión de la RAE, mientras todos creían que dormitaba apoltronado en el enorme
sillón coronado por la letra S mayúscula. Su muerte, tan extraordinaria como su
vida, fue interpretada como una metáfora amorosa, de entrega infinita a aquello
que lo mató: las normas académicas de la lengua española.
Relato participante en I Concurso de
relato breve en torno al tema “El dios
Tecnología: cómo están cambiando nuestras vidas”.
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